Hola, cómo estáis bloggeros y bloggeras, conocidos, seguidores, y desconocidas.
La verdad es que no entraba en el blog desde que a mi padre le diagnosticaron un cáncer de pulmón y desgraciadamente, no pudo superarlo. En junio del 2016 nos dejó y con su marcha, yo me quedé con un vacío tan grande, con una pena tan inmensa, -además de estar sin trabajo hacía ya un año-, con un llanto que no cesaba, con una desolación que obnubiló mi mente, y absorbió todas las energías positivas.
Ni me acordaba del blog, ni abrí un libro, ni escribí una sola frase en ninguna libreta, ni expresé con la escritura ningún sentimiento, pues no podía. ¡NO PODÍA! A partir de la inesperada y tremenda noticia de la enfermedad que se iba a apoderar de mi padre, y que acabaría con él, no vi ninguna película (esto fue en febrero de 2016) y consecuentemente, me olvidé del blog, lo dejé morir...
Y a partir del fallecimiento de mi padre, caí en un pozo sin fondo, donde yo era la protagonista de un drama que no era cinematográfico. Era mi propia película, triste y sentimental. La realidad supera a la ficción.
Como me costaba dormir, me aficioné a los maratones nocturnos de series, como Big little Lies, Por trece razones, Legion, Victoria, The Crown, Girls, y en dos o tres meses estaba al corriente en lo que respecta a las series más conocidas y relevantes. Pero lo que es ver películas, no me apetecía. Recordaba lo que le apasionaba a mi padre el cine, y parecía que sin él se había acabado en mi esa pasión.
Pero un buen día, hacia finales de año, vi el trailer de Toni Erdmann, y leí su argumento. Una historia entre una hija y su divertido padre, y las dificultades entre ambos para entenderse. Y ahí retomé lo que me parecía haber olvidado: ver buen cine, llorar, reir, con los sentimientos a flor de piel, sentir con los personajes, identificarme. Saborear la historia, pensar, y de momento, encerrar en mi alma lo que aún no podía expresar en el blog. En ese momento, mi padre estaba allí conmigo, con su entusiasmo y sus ganas de vivir. Y a partir de Toni Erdmann, ya fue una tras otra las películas que empecé a ver, estrenadas hacía un año, y también las que se iban anunciando como novedades. No soy nada religiosa, pero estoy de acuerdo en aquel pasaje de la biblia que alguien escribió, que decía:
Hay un tiempo para todo y un momento para cada cosa bajo el sol: un tiempo para nacer y un tiempo para morir, un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado; un tiempo para matar y un tiempo para curar, un tiempo para demoler y un tiempo para edificar; un tiempo para llorar y un tiempo para reír, un tiempo para lamentarse y un tiempo para bailar; un tiempo para arrojar piedras y un tiempo para recogerlas, un tiempo para abrazarse y un tiempo para separarse; un tiempo para buscar y un tiempo para perder, un tiempo para guardar y un tiempo para tirar; un tiempo para rasgar y un tiempo para coser, un tiempo para callar y un tiempo para hablar; un tiempo para amar y un tiempo para odiar, un tiempo de guerra y un tiempo de paz.
La verdad es que no entraba en el blog desde que a mi padre le diagnosticaron un cáncer de pulmón y desgraciadamente, no pudo superarlo. En junio del 2016 nos dejó y con su marcha, yo me quedé con un vacío tan grande, con una pena tan inmensa, -además de estar sin trabajo hacía ya un año-, con un llanto que no cesaba, con una desolación que obnubiló mi mente, y absorbió todas las energías positivas.
Ni me acordaba del blog, ni abrí un libro, ni escribí una sola frase en ninguna libreta, ni expresé con la escritura ningún sentimiento, pues no podía. ¡NO PODÍA! A partir de la inesperada y tremenda noticia de la enfermedad que se iba a apoderar de mi padre, y que acabaría con él, no vi ninguna película (esto fue en febrero de 2016) y consecuentemente, me olvidé del blog, lo dejé morir...
Y a partir del fallecimiento de mi padre, caí en un pozo sin fondo, donde yo era la protagonista de un drama que no era cinematográfico. Era mi propia película, triste y sentimental. La realidad supera a la ficción.
Como me costaba dormir, me aficioné a los maratones nocturnos de series, como Big little Lies, Por trece razones, Legion, Victoria, The Crown, Girls, y en dos o tres meses estaba al corriente en lo que respecta a las series más conocidas y relevantes. Pero lo que es ver películas, no me apetecía. Recordaba lo que le apasionaba a mi padre el cine, y parecía que sin él se había acabado en mi esa pasión.
Pero un buen día, hacia finales de año, vi el trailer de Toni Erdmann, y leí su argumento. Una historia entre una hija y su divertido padre, y las dificultades entre ambos para entenderse. Y ahí retomé lo que me parecía haber olvidado: ver buen cine, llorar, reir, con los sentimientos a flor de piel, sentir con los personajes, identificarme. Saborear la historia, pensar, y de momento, encerrar en mi alma lo que aún no podía expresar en el blog. En ese momento, mi padre estaba allí conmigo, con su entusiasmo y sus ganas de vivir. Y a partir de Toni Erdmann, ya fue una tras otra las películas que empecé a ver, estrenadas hacía un año, y también las que se iban anunciando como novedades. No soy nada religiosa, pero estoy de acuerdo en aquel pasaje de la biblia que alguien escribió, que decía:
Hay un tiempo para todo y un momento para cada cosa bajo el sol: un tiempo para nacer y un tiempo para morir, un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado; un tiempo para matar y un tiempo para curar, un tiempo para demoler y un tiempo para edificar; un tiempo para llorar y un tiempo para reír, un tiempo para lamentarse y un tiempo para bailar; un tiempo para arrojar piedras y un tiempo para recogerlas, un tiempo para abrazarse y un tiempo para separarse; un tiempo para buscar y un tiempo para perder, un tiempo para guardar y un tiempo para tirar; un tiempo para rasgar y un tiempo para coser, un tiempo para callar y un tiempo para hablar; un tiempo para amar y un tiempo para odiar, un tiempo de guerra y un tiempo de paz.
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